¡Vaya! Aquella mañana, mi hermano pequeño corría rápidamente por el amplio jardín de nuestra casa, mientras yo, cansado, lo observaba desde lejos. Él quería jugar, pero yo había decidido descansar un poco. De repente, tropezó con una piedra y cayó.
—¡Ay! —exclamó con dolor.
Sin dudarlo, me acerqué y lo ayudé a levantarse. "No te preocupes, esto pasa a veces", le dije con una sonrisa. Su rodilla estaba un poco sucia, pero no parecía herido.
—Toma, esta es tu botella de agua —le dije, entregándole la suya.
Después de beber, él me miró con gratitud y exclamó:
—Gracias, hermano. ¡Eres el mejor!
Y así, seguimos disfrutando de aquel soleado día juntos.
El viejo enemigo subió lentamente por el camino oscuro.
El pequeño problema apareció en la noche fría.
El hombre débil rechazó la oferta difícil.
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